Caminados

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VII Pontevedrada

Creo que no puedo decir nada de la Pontevedrada que no haya dicho ya.
Aunque a veces no importa repetirse.
Una gran andaina, con una magnífica organización y por una causa de lo más noble, la concienciación para donación de sangre tejidos y órganos. Una combinación perfecta.

En este cuarto año que participo quería ir un poco más allá, darle una vuelta de tuerca. Llevaba un tiempo maquinando una idea, pero sin atreverme a llevarla a delante.
Mi tope de kilómetros caminados del tirón estaba en 100 km y éste me parecía un buen momento para intentar superarlo. Mi intención era ir desde Tui a Compostela sin parar, 117 kilómetros. Lo único, tenía que estar en Pontevedra sobre las seis de la tarde para enganchar con la Pontevedrada, que, al fin y al cabo, era de lo que se trataba, hacer la Pontevedrada. Era un reto muy exigente, pero había que intentarlo.
Mis amigos me decían que estaba pirado, y yo se lo iba a demostrar.

La primera parte del reto se llevó bastante bien. Salí de la catedral de Tui cuando sus campanas daban las 8 en punto.
La mañana se llevó bastante bien, brillaba el sol no hacía frio, los paisajes acompañaban y llevaba un buen ritmo, un paseo genial.
Lo que eché de menos en esta primera parte fue no poder pararme todo lo que quisiera en algunos sitios interesantes, o charlar un poco más con los peregrinos con los que me iba cruzando, pero esto estaba enfocado de otra manera, era un Camino exprés, la calma quedaría para la próxima ocasión.

A las 6:25 y con 53 kilómetros en el cuerpo, estaba entrando en la plaza da Ferrería para retirar el dorsal para la Pontevedrada. Había conseguido realizar la primera parte. Ya podía descansar un rato para afrontar la segunda y más importante parte del reto.


Tui

Tui

08.00 Catedral de Tui. Comineza la aventura






Peregrinas italianas con la Pontevedrada

O Porriño. 11.00 h. 17 Km


Recicling

Redondela. 14.00 h. 33 km

Para un descansito


Arcade

Llegando a Pontevedra

Pontevedra. 18.25h . 53 km


Una de las preocupaciones que tenía para esta segunda parte era el cansancio y el sueño que podría tener ya entrados en la madrugada (la noche anterior no había dormido demasiado bien, porque mi espíritu de peregrino me había recomendado que fuera a dormir a un albergue, una idea no demasiado buena si quieres dormir toda la noche, ya que lo normal en estas habitaciones es que por las noches se entonen unas buenas serenatas), pero el sueño no llegó a hacer mella en mí, porque  el agua fría de la lluvia me mantuvo despejado toda la noche.
Gran parte de la noche fui en modo polilla, fijaba la vista en un punto luminoso que tuviera delante e iba a su rebufo. Vamos, que si alguna de las personas que llevaba delante como referencia abandonaran la Pontevedrada y se fueran yo me iría con ellos a su casa.
La lluvia y el viento hicieron algo más dura la noche. Una de las zonas más bonitas de esta andaina, la que va de Caldas de Reis hasta Valga, fue completamente pasada por agua, acabamos totalmente empapados. Pero ya sabíamos donde nos metíamos, el parte meteorológico nos había avisado, así que no nos pilló por sorpresa, y además, esto forma parte de la aventura de la Pontevedrada, que no se para llueva o truene.
A Padrón llegué casi seco gracias al viento que soplaba, eso sí la temperatura corporal no es que la tuviera muy elevada.

95 kilómetros. Estaba sólo 20 de conseguir completar este desafío que me había propuesto.

En la última parada, en el hotel Scala, me tomé algo caliente para entrar en calor y afrontar la recta final (no era una recta, es una forma de hablar). Y ahí fue, donde el Señor del Mazo, que ya venía rondándome desde hacía unas horas atacó con fuerza.
Nada más salir del hotel me empezó un dolor en la ingle, tan intenso que casi no podía caminar. Me di la vuelta para volver al hotel y para recorrer esos 100 metros que nos separaban, creí que iba a tener que pedir ayuda.
Era el fin, no iba a poder acabar el reto que me había marcado, de hecho ni siquiera había llegado a igualar mi marca. Estaba jodido, estaba triste, estaba enfado, estaba frustrado, quería gritar, quería llorar. Avisé a la organización de que me iba a retirar y me senté en una silla a esperar el bus, derrotado.
Durante la espera, el dolor amainó un rato, caminaba entre la salas del hotel y no me dolía, pero salía fuera y a los dos minutos volvía el dolor, entraba dentro y a los dos minutos pasaba. ¿Me arriesgaba a seguir, con la posibilidad de romper al poco, o ya lo dejaba por perdido? No sabía que hacer.
Hablé con los de la organización comentando lo que me pasaba y atentos como siempre me dijeron que fuera a donde los osteópatas, que seguramente ellos me podrían ayudar mejor.
Mano de santo. Allí les explique lo que me dolía y como me dolía. Me preguntaron si quería seguir o no y les dije que sí. Sin problema, masaje por aquí, estiramiento por allá y me dijeron que listo,  que nos veíamos en Compostela.
Increíble. Salí a la calle y comencé a caminar como si no llevara 24 horas pateando caminos.
Tengo que decir que si no fuera por todas estas personas que ofrecieron su trabajo y su buen hacer altruistamente a todos los que participamos, no hubiera llegado ni de coña a Santiago.

El siguiente par de horas anduve tan fresco como si acabara de empezar de nuevo, pero como los milagros no existen y el cansancio acumulado sí, los diez últimos kilómetros se hicieron eternos, parecía que alguien estaba arrastrando Santiago hacia atrás  para que no llegase. Era el “Factor último kilómetro” pero multiplicado por 100.

Y por fin, a las 11.30 del domingo, después de 117 kilómetros y unas 28 horas caminando bajo la lluvia, el viento, el sol, la luna, el frío y sobre tierra, asfalto y agua, allí estaba, había llegado al destino final, la plaza del Obradoiro.

Y había logrado cumplir mi objetivo.


Arranca la Pontevedrada

Caldas de Reis. 00.00h. 74 km

Visión de Polilla

Seica chovía

El momento de igualar mi máxima distancia


Praza do Obradoiro. 11.30h. 117 km




Yo creo que la vida está llena retos, unos elegidos y otros impuestos. Yo he elegido hacer esto por mi cuenta y riesgo, pero para completarlo he recibido ayuda y apoyo de mi familia y de mis amigos, pero también de desconocidos, que en los momentos en los que no estaba bien, no dudaron en ofrecerme su ayuda y animarme para seguir adelante.
Lo que se aprende en este tipo de movidas, es que tú, como todo el mundo, en algún momento vas a necesitar ayuda, y en algún momento tú, como todo el mundo, deberías arrimar el hombro y ayudar a los demás. Y estos vienen siendo los valores que representa la Pontevedrada (y por extensión creo que deberían ser los de cualquiera), concienciarse en ayudar a otra personas, aunque sea con pequeños gestos como compartir unas gominolas, unos calcetines o un poco de sangre o médula.





P.D.: Hubo un detalle que me gustaría comentar aquí.
Al acabar la Pontevedrada y como había hecho más de 100 kilómetros fui a pedir la Compostela. Como la Compostela solidaria no existe iba a solicitar la deportiva, pero curiosamente ya no me dieron ni la opción. En la Oficina del Peregrino me dijeron que como lo hice en un día y medio y esos kilómetros se suelen hacer en tres días como mínimo y que era como una especie de maratón o algo así lo que había hecho, que solo me daban la deportiva.

Mi intención ya no era pedirla, pero ¿qué hubiera pasado si quisiera la otra?, ¿mis más de 100 kilómetros no hubieran válido por que los hice en menos tiempo?, ¿tienen menos valor por haberlos hecho más rápido?, ¿hay un tiempo mínimo para hacer el camino de Santiago?

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