Siempre me gustó andar por el monte, desde pequeño. Los
fines de semana me levantaba a las seis y media de la mañana para acompañar a mi tío
que llevaba a su perro a pasear por el campo y todo para poder hacer el cabra por el monte.
Después me enamoré del Camino de Santiago. Pasar varios días
pateando carreiros con la única preocupación de llegar de un punto A a otro B y disfrutar de la caminata, me parece
una de las mejores formas de desconectar de todo.
Después seguí con las PR, rutas, que sin tener que ir demasiado lejos,
te llevan por lugares increíbles.
Y desde que hice la
mítica subida a O Cebreiro y la Pontevedrada, me estoy aficionado (y mucho) a
las caminatas de larga distancia.
Hace unos días se celebró en Boiro la primera andaina de 100
kilómetros de Galicia, y no me pude
resistir. Tenía bastantes dudas de si participar o no, eran 100 kilómetros y en
menos de 24 horas. Yo nunca había hecho más de 63, casi 40 kilómetros menos que los que exigía la prueba, casi dos etapas del Camino de Santiago.
La distancia no me daba miedo, y me gusta caminar de noche; lo que más me preocupaba era no dar llegado al cierre de los puntos de control y quedar eliminado.
La distancia no me daba miedo, y me gusta caminar de noche; lo que más me preocupaba era no dar llegado al cierre de los puntos de control y quedar eliminado.
Tenía que intentarlo.
El planteamiento para esta andaina, tenía que ser diferente
a cualquiera de las otras caminatas que hubiera hecho. Mochila con mucho menos
peso, dos bastones, mucha más hidratación (eché de de menos no llevar una
camelbak) y dejar en casa la reflex a cambio de una compacta (fue una de las
decisiones más duras que tuve que tomar, pero lo terminé agradeciendo,
porque si la hubiera llevado igual no hubiera terminado la caminata. Hubo
lugares en los que me hubiera quedado horas haciendo fotos y hubo otros en los
que no hubiera podido ni con un gramo más de peso).
He de reconocer que en las horas previas a la salida estaba
nervioso y no tenía muy claro el motivo. Ya sé que era la primera vez que me
enfrentaba a hacer 100 kilómetros del
tirón, pero se supone que lo iba a hacer porque me apetecía, para pasarlo bien,
no iba en plan competición ni nada por el estilo; me podía retirar cuando
quisiera, no tenía nada que demostrar. Y aun así estaba nervioso.
Y comienza la andaina.
Los primeros 27 kilómetros, hasta el control de Araño,
fueron mejor de lo que pensaba, manteniendo una media de casi 6 kilómetros por
hora. En este tramo gran parte de los participantes iban en grupo, menos los
maratonianos, que después del primer kilómetro echaron a correr y solo los volví a ver en fotos. Estos kilómetros fueron un paseo agradable entre montes,
playas, pueblos y leiras. Hasta aquí todo muy bien. También eran los kilómetros más
sencillos.
El siguiente sector era de 26 kilómetros, hasta el 53 en a
Curva do americano. En el medio, en el kilómetro 43, en San Lourenzo, estaba el
avituallamiento principal, con la cena.
La cosa se empieza a complicar.
Llevaba ya un cuarto de la prueba y a un ritmo bastante
decente, pero lo que venía ahora era un auténtico rompepiernas, ascensos y
descenso continuos. Aquí fue donde empecé a echar de menos mi Nikon, pero
también donde más agradecí no haberla llevado. A medida que subía, aumentaba el
cansancio y el dolor de piernas, pero también mejoraban las vistas sobre la
ría. Y del mismo modo bajaba la velocidad, y mucho; tanto, que al llegar al avituallamiento
de San Lourenzo, había perdido casi todo el tiempo que había ganado en el
primer sector, hasta el punto de llegar solo 20 minutos antes del cierre.
Entre estos kilómetros se coló la noche. El recorrido
estaba bastante bien iluminado, con cintas reflectantes y barras luminosas cada
pocos metros, aunque en algunas zonas el viento se las había llevado y había
que andar buscando las marcas pintadas. Aun así la posibilidad de pérdida era
muy baja (yo solamente casi me pierdo dos veces).
En una zona bastante técnica, en las que había que pasar
entre las rocas de un río y entre los árboles y sus raíces, aproveché el rebufo
y la luz de un par de caminantes que
iban delante para no acabar cenando barro. En esos momentos se hubiera
agradecido compañía para hacer más llevaderos esos kilómetros.
Ya, a esas alturas, cerca de la una de la mañana y cerca de
la mitad de la prueba, también se acercaban las dudas. Un poco de descanso,
algo de comida y mucha coca-cola hicieron que éstas se alejaran, pero no demasiado.
Aparecen los fantasmas.
Aparecen los fantasmas.
Desde aquí y durante 25 kilómetros, hasta Torre do Inxerto,
fueron unos kilómetros durísimos, no tanto físicamente (iba cansado y con las
piernas cargadas, pero no tenía ninguna ampolla ni notaba ninguna articulación
demasiado jodida) como mentalmente.
Y Messiè Mazó hizo su aparición para comerme la oreja. Me
rallaba preguntándome qué estaba haciendo a las dos de la mañana en el medio de
la nada, sólo y yendo hacia ningún lugar. Por qué no estaba con los colegas de
cañas, que para eso están los sábados, para disfrutarlos y no para andar
haciendo el tonto por ahí. O si no, que me fuera ya para cama, que ya llevaba
demasiados kilómetros, que no tenía nada que demostrar a nadie, que esto no
tenía ningún sentido.
A veces las vistas impresionantes sobre la ría le cerraban la boca un
rato al Señor del Mazo, pero al rato volvía para tocar los huevos.
Paso a paso fue llegando el amanecer y la parada del
desayuno. Y ahí, con vistas a Corrubedo, un bocadillo y un ibuprofeno, las fuerzas volvieron a aparecer. Si hacía un rato estaba pensando en abandonar, ahora no tenía ninguna duda de que iba a llegar al final. Y Messiè
Mazó cogió su dragón y se fue volando para no volver. Lo había vencido.
El resurgir.
El resurgir.
Lo complicado la prueba ya había pasado y apenas
quedaban 30 kilómetros para acabar y casi todos en llano. Ya no había opción
para la rendición. Me enchufé la música y tiré millas.
No me podía creer que estuviera haciendo tiempos similares a
los del día anterior, al comienzo de la prueba, después de 75 kilómetros. Volvía a disfrutar de la caminata, de los montes, de las rías, de las playas...
Los últimos metros, ya en Boiro, me acompañaron un par de
miembros de la organización, para ver que tal me había ido todo y que tal la
experiencia. Y al llegar a la plaza del ayuntamiento, al Kilómetro 100, al último paso, al final de la carrera, ovación
por parte de los participantes y la organización que seguían allí. A ver, yo no soy deportista
ni nada parecido, así que no estoy acostumbrado a este tipo de recibimientos y
la verdad es que fue un momento muy emotivo. Me sentí como si hubiera
ganado la maratón, aunque hubiera sido uno de los últimos en terminarla.
Me había marcado el objetivo de acabar la caminata y 22 horas y cuarto después de haber comenzado el reto, lo había conseguido.
Me había marcado el objetivo de acabar la caminata y 22 horas y cuarto después de haber comenzado el reto, lo había conseguido.
De 106 participantes, acabé en el puesto 72. De esos 106 que
la empezamos, 31 se tuvieron que retirar.
Me he llevado una gran experiencia de esta 1ª Andaina de 100
km en 24 horas por Galicia, muy bien organizada por parte de Os InternationalTrekkers Barbanza-Sar. He disfrutado de unos paisajes impresionantes por A Terra do Barbanza y me he llevado, también, unas a agujetas como nunca en la vida.
Y ahora, ¿cuál será el próximo objetivo? 101 Peregrinos, te tengo echado el ojo
Y ahora, ¿cuál será el próximo objetivo? 101 Peregrinos, te tengo echado el ojo
Dorsal.
La organización.
Arrancando. Foto: Yolanda
Primeros metros. Foto: Xose
Primeros metros.
Primera subida.
Por el monte
Por la playa. Neixón
Junto al mar.
Castro de Neixón.
Alrededores del Castro de Neixón. Foto: iTrekkers
Alrededores del Castro de Neixón.
Bealo.
Río Beluso.
Playa de A Torre.
Río Te.
Río Te.
Hórreo de Araño.
Ría de Arousa.
Ría de Arousa.
Señalización nocturna
Messiè Mazó anda por aquí escondido
Paso sobre un riachuelo.
50 kilómetros por delante, 50 kilómetros por
detrás.
Avituallamiento en A Curva do americano.
Amanece, que no es poco.
Otro riachuelo.
Los restos del Señor del Mazo.
Animales sueltos.
A Curota y la Ría de Arousa.
Las Rías.
Las Rías.
Las Rías.
Las Rías.
A Curota.
Playa de Palmeira.
Playa de A Corna.
Puerto de A Pobra do Caramiñal.
Último kilómetro.
Conseguido.
Cuanto me identifico con lo que comentas, sobre todo porque compartimos muchos km en la parte final, así salgo en alguna que otra foto tuya con mi compi.
ResponderEliminarLa verdad es que fue impresionante, toda una experiencia con mil sesaciones en la mente y en el cuerpo (uff, que apollas)
Fue una gran experiencia, como bien dices, con mil sensaciones.
EliminarHabrá que repetirla otra vez este año, no?
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